A principios de la era Zhenyuan, el viajero Mu Shigu llegó a un pueblo en los confines de Jinling. Al crepúsculo, pidió hospitalidad en un antiguo monaserio, donde fue recibido por el monje encargado de los huéspedes. Este bonzo le condujo y le instaló en una alcoba de las más pobres, mientras que la reservada a los visitantes permanecía cerrada y sellada. Shigu se enfadó e hizo reproches al monje hospedero, quien le explicó: «En realidad no es por mezquindad si le negamos esa sala: si nosotros, humildes bonzos, le hospedamos en la otra, es porque, según la tradición, los que lo han sido en ésta se han sufrido, sin excepción, graves efectos.
Desde mi llegada, hace ya más de treinta años, ha habido por lo menos treinta víctimas. La sala está ahora condenada desde hace un año; y nos guardamos bien de hacer dormir a nadie ahí.»
Pero a Shigu no le convenció en absoluto esta explicación, sino que aumentó su desconfianza, hasta el punto de que el bonzo se vio obligado a abrir la puera y dar orden de barrer y fregar la sala. Shigu pudo ver que su estado era, en efecto, ruinoso: comienzó a prestar crédito a la historia, pero se continuó mostrando enfadado en sus palabras y sus gestos. Cuando llegó el momento de acostarse se dijo que había de permanecer en guardia; tomó un machete de su maleta y lo puso bajo la estera de dormir para darse valor.Durmió hasta la segunda vigilia; de repente, sintió un frío creciente y se despertó sobresaltado: había en la sala movimientos de aire como si hubiera viento. Tras una larga calma, el «abanico» volvió, entonces, Shigu sacó subrepticiamente su machete y lo blandió tras la cortina, dando un tajo. Tuvo la impresión de haber tocado algo y oyó que caía a la izquierda de la cama, luego, nada.
Puso el machete en su lugar y se volvió a dormir tranquilamente. En la cuarta vigilia, le mismo «abanico» volvió y Shigu usó el mismo método que antes y de un tajo, hizo blanco, luego oyó algo que caía al suelo. Entonces, empuñando el machete, se quedó vigilando, pero nada más vino a molestarle.
Poco después amaneció: los bonzos del monasterio, así como los vecinos, llegaron juntos y llamaron a la puerta. Shigu, con voz sonora, preguntó «¿Quién es?» y todos los monjes, asombrados de que estuviera aún en vida, le preguntaron cómo había hecho. Shigu les contó todo lo que había ocurrido y, sacudiendo dignamente sus ropas, se levantó. Todos los otros descubrieron entonces, a la derecha de la cama, dos murciélagos que yacían descangayados, muertos de una cuchillada. Eran de esas bestias, cuyas alas miden cerca de dos pies, de enormes ojos redondos como melones, de color plateado.
El Método del clásico secreto de los prodigios dice «Los murciélagos centenarios se ponen sobre la boca de los hombres y absorben su energía vital, a fin de llegar a la inmortalidad. Cuando llegan a los trescientos años, son capaces de metamorfosearse en seres humanos y pueden volar a su guisa en todos los cielos.» Si hemos de creer en este texto, los murciélagos de nuestro relato no habían llegado todavía a los trescientos años y su fuerza sobrenatural era todavía débil: por eso Shigu pudo con ellos.
Shigu, tras esta aventura, supo que hay una manera de alimentar el aliento vital y llegar a la longevidad: se adentró en el monte de la Ciudadela Roja y no sabemos qué fue de él. En cuanto a aquellos que pasen la noche en viejos lugares, esto debería incitarles a ser vigilantes.
Este relato está tomado del libro A las puertas del infierno. Relatos fantásticos de la antigua China, traducido del chino al francés por Jacques Dars, quien lo tomó a su vez de la Enciclopedia de las anomalías, de Boyizhy, y cuya portada pueden ver más arriba. Espero que lo hayan disfrutado y lo guarden en memoria, porque servirá par ilustrar una futura entrada que se titulará «Clasificación de las criaturas».
La antigua pintura china de la letra capitular se conserva en el Museo Metropolitano de Nueva York y la hemos tomado de aquí.
4 comentarios:
Las antologías de relatos chinos son una delicia para encontrar referencias a criaturas que compiten con las del mismo Fisiólogo (un bestiario medieval) en rareza y fantasía. Además, parece existir una especie de obsesiva tendencia a relacionar todo ello con la inmortalidad y muchos de los personajes de estas historias y cuentos chinos suelen relacionarse con inmortales o buscar métodos para alcanzar tal estado.
Como de costumbre, completamente acertado: soy un gran aficionado a los bestiarios medievales y no se me han escapado sus similitudes con la concepción china de fauna, en particular con cierta enciclopedia llamada Libro de los montes y los mares, al que quiero dedicar una entrada.
Chinitas.
Pobres murciélagos! (y qué asco de escabechina)
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