viendo este cuadro podemos imaginar que los romanos, en su ebriedad y concupiscencia, no se ocupaban de los asuntos del Imperio y hacían oídos sordos al tumulto de las hordas bárbaras que estaban a sus puertas. La decadencia moral, propia del paganismo, les llevó pues a la pérdida del poder político. Esta falacia se nos ha transmitido gracias Agustín de Hipona.
Los romanos de la decadencia, tela de 775x466 cm que fue realizada en 1847 por Thomas Couture y pueden contempar en París, en el museo d'Orsay
La idea moralista de la maldad del exceso de lujos y placeres es antigua y persistente; desde los griegos (que se escandalizaban de los excesos de la corte persa) a los profetas veterotestamentarios (con sus amenazas de destrucción) pasando por la austeridad soviética (tan crítica con el decadentismo de occidente) hasta las actuales llamadas a la moderación ecologistas. Juvenal se inscribe en esta tradición, a la que no juzgaremos; pero fíjense ustedes que sus dos versos «Más cruel que la guerra, el vicio se ha abatido sobre Roma y venga al universo vencido», en los que se inspiró este cuadro, no fueron escritos en la época de decadencia política del Imperio, sino en la de esplendor, puesto que compuso sus trabajos entre el entre 90 y 127 de nuestra era. Y es que en aquel entonces había muchas orgías, auspiciadas por las prosperidad; nos dice Gibbon (Decadencia y caída I):
En el segundo siglo de la era cristiana el Imperio romano comprendía los más bellos lugares de la tierra y la porción más civilizada del género humano. Un valor disciplinado, un prestigio antiguo, aseguraban las fronteras de esta inmensa monarquía. La influencia suave, pero poderosa, de leyes y costumbres había cimentado la unión de todas las provincias. Los habitantes usaban y abusaban, en el seno de la paz, de las ventajas del lujo y las riquezas.
La Roma de la decadencia política de los siglos posteriores fue dominada por guerras civiles, emperadores generales y... obispos cristianos. La clase culta recordaba con nostalgia los tiempos paganos y veía en la expansión del cristianismo una de las causas de la crisis. Esta idea se generalizó con la toma de Roma por los godos de Alarico incluso en parte del populacho cristiano, desencantado de sus supersticiones porque los santos patrones defensores de la ciudad, Pedro y Pablo, parecían no haber funcionado. Esta idea, pese al creciente poder de la Iglesia, no fue rebatida hasta que Agustín de Hipona redactó su monumental respuesta La ciudad de Dios. Los clichés, todavía hoy fuertemente implantados, que vemos en este cuadro los recibimos directamente de esa visión del mundo, que, pese a su falsedad histórica, nadie atacó hasta Gibbon, en su Decadencia y caída del Imperio romano.
La tradición moralista a la que hacíamos mención al principio no era ajena a los nostálgicos del paganismo, ya que criticaban el lujo de la Iglesia: la ruralización y presión fiscal sobre las provincias crecía, para que en la Ciudad Eterna algunos mantuvieran su vida lujosa. Amiano Marcelino (27 3 11) nos dice de los obispos de Roma:
Y no niego yo, considerando el fasto de vida en Roma, que cuantos aspiran a disfrutarlo luchen con todas sus fuerzas para lograr sus deseos ya que, una vez que hayan alcanzado sus objetivos, vivirán tan libres de preocupaciones que podrán enriquecerse gracias a las ofrendas de las damas, podrán presentarse en público sentados en coches y ricamente vestidos y podrán organizar banquetes más fastuosos que los de los reyes.
Un ejemplo de las luchas a las que se refiere Amiano podría ser el enfrentamiento entre Dámaso (corrupto obispo de Roma) y su rival Ursino, quien atacó con sus hombres a los partidarios del primero en una basílica dejando 137 cadáveres y obteniendo con ello la huida de Dámaso y su purpurado cargo.
Debemos ser prudentes al juzgar la responsabilidad del cristianismo en la caída del Imperio; es legítimo, sin embargo, considerarlo un síntoma de esa caída: no fue la primera vez ni sería la última que un monoteísmo es utilizado con el fin de centralizar un imperio, ante el fracaso de otras políticas de vertebración.
Fuentes: a demás de Gibbon, sobre todo la página de Historia Antigua de Universidad de Zaragoza del Profesor Dr. G. Fatás, en particular los epígrafes sobre el poder de la iglesia y sobre el cristianismo popular.
El personaje de la letra capitular está tomado de Asterix en Helvecia.